David abrió los ojos, los restregó y dio un grito de horror al notar que no veía absolutamente nada. Yacía tendido boca arriba en un lugar, para él, completamente desconocido y en silencio total. Aterido de frío de la cabeza a los pies, casi no podía moverse. Quiso incorporarse pero no lo logró, tomo aire, volvió a intentarlo y por fin pudo al menos sentarse. La total oscuridad en la que estaba, le hizo temer caerse y no quiso ponerse de pie. De rodillas se arrastró haciendo círculos sobre el suelo, tanteando con los brazos extendidos lo que había a su alrededor. Palpó claramente dos toscas paredes frente a frente y pudo darse cuenta entonces que se encontraba en algún extraño túnel y que probablemente no había perdido la visión. Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad, sus pupilas se dilataron como nunca y claramente pudo distinguir un pequeño y lejano punto de luz que le señalaba una salida al fin. A pesar de todo, sonrió de satisfacción, se puso de pie e inició la marcha hacia la boca del túnel aquel. Lentamente y rozando las yemas de los dedos con la pared a su izquierda, empezó a descontar metro a metro, una distancia que no pudo calcular.
El instintivo caminar del Mayor de Infantería, le permitió a su mente casi en blanco, preguntarse por que estaba solo y en esas condiciones en aquel frío y oscuro lugar. Una situación que le parecía por demás irreal. Con mucho esfuerzo se fueron plasmando uno a uno en su cerebro, pequeños recuerdos guardados en la memoria reciente. Recordó entonces la horrible pesadilla con la que había despertado, mientras dormía en su casa, solo unas horas antes, pero que le parecía ahora, como perdida en el tiempo. Una pesadilla más, de las tantas que empezó a sufrir la mayoría de las noches, desde que retornó de Ayacucho y que iban minando poco a poco su ser. Mas lejanos en el tiempo, también estaban los recuerdos de aquellas noches de placido sueño sobre los viejos catres de malla de alambre de las también viejas cuadras del Colegio Militar Leoncio Prado, sueño interrumpido solamente -varios días de por medio- por las sacudidas "despertadoras" del cadete "imaginaria" del turno anterior o por algún despreocupado oficial de ronda de profundo vozarrón.
Lejano también el momento en que recibiera de manos de su madre, el primer fusil de guerra que acarició en su vida y que durante tres años solo le sirvió para desfiles, ejercicios de tiro y seguras maniobras en alguna zona de práctica militar. Un fusil que en todo momento solo abatió blancos de cartón, no como las armas que ahora debía usar, y que merced al incremento del terrorismo, tuvieron que ser amaestradas para matar o morir, en defensa del orden interno y de la vida propia. Al igual que muchos ex cadetes leonciopradinos, nunca pensó seriamente continuar su vida como militar y fue así que al terminar la secundaria, decidió seguir ingeniería en la Universidad del Callao. Pero dos años mas tarde, animado por algunos de sus antiguos compañeros del CMLP, que estudiaban en la Escuela Militar de Chorrillos, cambió de rumbo y terminó ingresando a ella, iniciando entonces una excelente carrera en el Ejercito Peruano y recuperando aquellos dos años que pasó como civil. Durante una década de paz había prestado servicios en diferentes guarniciones del país, pero luego, al arreciar la guerra interna desatada por las huestes de "SL" en la sierra del país, siendo ya Capitán, recibió la orden de trasladarse a la Zona de Emergencia de Ayacucho, zona donde los combates entre los terroristas y las Fuerzas Armadas eran cada vez mas frecuentes, y donde las perdidas de vidas humanas se multiplicaba sin parar. Fiel a sus principios, siempre se comportó de acuerdo a las circunstancias, noble pero valiente y decidido, combatió fieramente al enemigo, no pasando inadvertido para él, contribuyendo a ello, el gran parecido con un simpático héroe del cine, que desde adolescente tuvo. Tampoco pasó desapercibido para sus superiores, quienes le encargaron misiones más difíciles cada vez. Combates que terminarían marcándolo para siempre y que serían a la postre el motor de las frecuentes pesadillas, donde la sangre, el sufrimiento y la muerte eran el denominador común.
Paso a paso, hacia la cada vez mas cercana luz, David revivió aquella forzada incursión a aquel lejano pueblo enclavado en los Andes del Perú, tras las huellas de una grueso contingente de "SL". Volvió a vivir la impotencia que sintió en aquel momento, al no poder enfrentar cara a cara, a quienes parapetados tras los escudos humanos que representaban los inocentes pobladores del lugar, abrieron rápido fuego sobre su tropa, sin herir a nadie felizmente, por suerte y también por la buena distancia que los separaba. Por enésima vez, recordó que poco a poco acortaron distancias, consolidaron sus posiciones y mientras preparaba la táctica a seguir, vino una tensa y angustiosa calma, largos minutos que parecieron siglos, hasta que ocurrió lo impensado. Un niño se soltó de los brazos de su madre corriendo a lo que parecía su hogar, instintivamente ella se levanto tras él, dejando indemne al terrorista que se encontraba detrás, esté se tendió en el suelo, apunto y de un solo disparo mató a la mujer. Se desató entonces el pánico y el infierno se hizo presente en aquel pobre y triste lugar. Algunos pobladores tuvieron suerte y pudieron escapar. Los “senderistas” llenos de ira, olvidaron por un instante al ejército, y dispararon a mansalva a la aterrorizada gente que huía sin saber donde ir. Algunos cuantos cayeron en medio del fuego a discreción de ambos lados, que de inmediato se inició. Decenas de anónimos héroes de un pueblo que solo quería vivir en paz y en libertad, anónimos héroes cuyo sacrificio dejó a sus asesinos al descubierto, permitiendo al ejercito acabarlos y tomar el lugar. Una victoria mas para el "Capitán Flint" como llamaban a David sus amigos y también sus enemigos, una victoria que a pesar de haberse realizado limpiamente, para él, llegó teñida de sangre de inocentes, de muertes que nadie habría podido evitar. Hombres, mujeres y niños, cuyos ensangrentados cuerpos y rostros sin vida, siguió viendo en sus sueños hasta la noche anterior. Aquella acción de combate, había sido una las últimas que realizó en Ayacucho. Sumada a las anteriores, le habían dado una excelente foja de servicios, lo cual le sirvió para ascender al grado inmediato superior. Para entonces el "SL" lo tenía bien identificado y "marcado", por lo que recibió con agrado su traslado a fin de año, a la capital.
Extrañamente, David notó que mientras se acercaba al final del túnel y la luz brillaba con mayor intensidad, las molestias que sintió al iniciar la marcha, habían cesado y dado paso a una sensación de bienestar. Pero no encontraba explicación a lo que le estaba aconteciendo. ¿Era real todo esto o estaba viviendo un sueño más? Se preguntó. Tenía grabado en su mente, que esa mañana a consecuencia del desvelo, se había levantado mas tarde que de costumbre y quizás no llegaría a tiempo al cuartel. Por precaución cambiaba siempre la ruta de salida. Pero hoy, sacó su vehículo y tomo la más directa, una calle ancha pero peligrosa también, pues a solo tres cuadras de su casa, un “rompemuelles” enorme forzaba a detenerse a cualquier vehículo casi por completo. Consciente de ello iba alerta, mirando bien ambos lados de la vía. Fue entonces que divisó al lado izquierdo del obstáculo, a dos hombres que simulaban ser jardineros, extrayendo dos fusiles de unos sacos de yute. Aplicó los frenos de inmediato, retrocedió girando y puso el frente del Toyota directo hacia ellos. Se tendió de lado sobre los asientos, mientras que al tacto sacaba de la guantera la Browning 9 mm., que era lo único que podía salvarlo en ese crucial momento. Solo uno de los terroristas disparó inicialmente. El segundo, agazapado intentaba flanquearlo por la derecha. Las primeras balas del AKM llegaron a poca altura, apagando el motor casi de inmediato. Sin opción a escapar solo le quedaba luchar. Levantó un instante la cabeza viendo al segundo hombre a unos metros de él, recordando su exacta posición, sacó solo el cañón de la pistola por la ventanilla abierta, hizo un solo disparo y el ruido del arma rival al estrellarse en el piso le confirmó que felizmente había dado en el blanco. Ahora boca arriba, debía impedir que el otro hombre se pusiera a su lado, pues la puerta no sería defensa alguna para aquellas balas asesinas, casi a ciegas hizo varios disparos mientras se erguía para descubrir la posición del enemigo. La lluvia de vidrios del parabrisas destrozado le dio la respuesta. El terrorista no había conseguido tomar una posición muy favorable, pero casi tendido en el piso cerca al extremo izquierdo del coche, para el también era inalcanzable. Segundos después ocurrió algo inesperado, un tercer terrorista que aguardaba cerca, en el vehículo de escape, decidió intervenir en aquella contienda que para entonces iba casi igualada. Raudamente cubrió la distancia y situándose cerca al compañero caído, vació la pistola que llevaba, sobre la puerta derecha del Toyota, sintiendo David varias balas que penetraron su cuerpo. Un ulular de sirenas escuchó a lo lejos, era la policía que alertada por los vecinos de aquella tranquila urbanización, se acercaba rápidamente. Se levantó entonces el primer hombre, quien ya había recargado el AKM, abrió la puerta izquierda del coche, apuntó y disparó una última ráfaga mientras él lo miraba fijamente.
El Mayor de Infantería se sacudió, definitivamente todo había sido un mal sueño, pensó. Una cálida y potente luz lo envolvía ahora, había logrado salir de aquel extraño túnel del tiempo, que lo había alterado tanto. Un verde prado se extendía a sus pies, se sintió feliz, corrió alegremente durante varios minutos hasta llegar a un grande y hermoso jardín. Disfrutó del aroma de plantas y flores. Varios hombres mujeres y niños que aparentemente cuidaban de el, lo saludaban cordialmente, como si lo conocieran de tiempo atrás. Recién entonces reparó en lo que no había visto en la oscuridad en la que había estado sumido un rato antes. Iba vestido con el hermoso uniforme de gala del Ejercito del Perú y no se preguntó como así. Estaba entusiasmado y gozando de este hermoso lugar. Entonces contempló un majestuoso edificio de mármol más allá del final del jardín. Lo imponente de este, le hizo disminuir el paso y caminar con solemnidad. Subió lentamente las gradas que conducían a la gran entrada, donde dos húsares desarmados hacían guardia con el rostro imperturbable, respondió entonces al saludo militar de ellos e ingresó. Una enorme sala rectangular se abrió ante sus ojos, a lo largo de ella, cientos de hombres y mujeres, estaban en correcta formación, civiles y militares vestidos de gala. Centenares de militares, marinos, aviadores y policías, lo iban saludando marcialmente a su paso. Empezó a mirar con atención aquellos rostros, muchos de los cuales le resultaban familiares, a la mayoría los recordaba por las noticias en los medios y a unos cuantos, porque los había conocido personalmente. No era posible esto, pensó entonces, casi todos habían caído en acción de armas. Ya casi al final de la sala, estaban otros rostros harto conocidos, rostros que había visto desde niño en los libros de historia. Al fin comprendió David la realidad, ahora era un leonciopradino más, que había ingresado al Panteón de los Héroes del Perú.
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