Evaristo había nacido en un pueblo de la sierra. Vino a Lima a estudiar y con gran esfuerzo se graduó de técnico en mantenimiento industrial logrando ingresar a trabajar en una empresa de servicio público del estado. Años después conoció a una buena mujer que al poco tiempo se convirtió en su esposa. Desafortunadamente los grandes deseos de ambos de formar una gran familia se vieron frustrados y no tuvieron hijos.
A fines de los setenta se inscribió en una asociación de vivienda dirigida por un paisano suyo, cuyo fin era adquirir un fundo en las afueras de Lima, dividirlo en terrenos de una hectárea aproximadamente, ideales para casas granja y repartirlo entre los socios. Puntualmente Evaristo cumplió con aportar mes a mes la cuota estipulada y varios años después el proyecto se cristalizó. Pasó el tiempo sin problemas para el técnico y su esposa hasta que en los noventa el gobierno decidió privatizar las empresas públicas. Entonces se plantearon alternativas. Evaristo escogió recibir un bono económico y renunciar. Decidieron entonces invertir parte del dinero del bono en la granja. Criaban aves y cultivaban lo que podían.
El plan resultó y todo empezó a marchar bien hasta que la esposa empezó a mostrar síntomas de un problema de salud. Exámenes posteriores confirmaron la gravedad de la enfermedad y la falta de un seguro de salud complicó mas aún la situación económica. Trató entonces de vender parte del terreno de la casa granja pero recordó que aún no tenía el título de propiedad. Recurrió entonces al presidente de la asociación, este le dijo que no se preocupara, que era solo cuestión de unos meses y todos los socios tendrían su título. Algo en su interior le hizo ver que no decía la verdad y solo le quedó dedicarse a trabajar mas que nunca. Los gastos médicos y farmacológicos mermaron rápidamente el dinero que poseían, tanto así que al momento de fallecer la esposa, prácticamente no quedaba nada de él.
Pasaron los años y Evaristo con siete décadas encima se mantenía decentemente con lo que criaba o cultivaba en su chacrita, solo le preocupaba lo que sería de su vida cuando le faltarán las fuerzas pues no tenía parientes cercanos en Lima, sin embargo agradecía al Señor por cada nuevo día hasta que una mañana realmente no tuvo nada que agradecer. Un aviso de desalojo había llegado a cada miembro de la asociación de vivienda. Luego de las averiguaciones pertinentes se enteraron que el presidente y otro de los directivos habían vendido de manera fraudulenta el terreno de la asociación a un grupo empresarial, que ambos se encontraban fuera del país y que pelear en los tribunales contra ese grupo sería causa perdida. Dos años después, agotados todos los recursos posibles, los socios se vieron privados de sus predios y textualmente en la calle. Evaristo encontró un refugio temporal en una institución religiosa pero unos días después se cruzó con un amigo que le contó que en un asentamiento humano tenía una precaria vivienda que él podía usar. Mostró interés y tomó nota de todas las referencias para poder llegar hasta aquel lugar.
Al día siguiente a media mañana llegó a la pequeña cabaña de su amigo, esta se encontraba en una quebrada seca, lugar donde a el nunca se le hubiera ocurrido levantar algo, miró el interior de ella y unas lágrimas surgieron de sus ojos. Pensó entonces que esa casita no le serviría para vivir sino para morir. Pero si iba a morir debía ser causando un gran efecto pues iba a dejar una carta denunciando las injusticias de un sistema que lo llevaba a tan extrema decisión, eligió entonces la horca pues estaba mas a su alcance y causaba un gran efecto. El techo estaba formado por unos listones de madera que difícilmente podrían individualmente sostener un cuerpo humano sin romperse, pero si hubiera sobre ellos una tabla, esta si podría cumplir bien la función. Salió entonces a comprar en el poblado la tabla y la cuerda que necesitaba, consiguiéndolas un par de horas después. Mientras regresaba comenzó a llover profusamente, algo que ya no era inusual en la capital en esos días. Al volver a la cabaña e ignorando el fenómeno meteorológico Evaristo se puso a escribir su carta de despedida. Era un hombre de fierros y las letras no le iban muy bien, sin embargo para la noche ya tenía condensada su triste vida en cuatro caras de papel bond que dobló cuidadosamente y guardo junto con su DNI en un porta documentos que metió en el bolsillo de su blue jean. Quedaba ahora preparar el acto final.
Recordando los nudos corredizos que conoció cuando trabajaba en mantenimiento armó uno casi perfecto, solo faltaba subir al techo la tabla que estaba parada junto a él y colgar de ella la cuerda. Pasaron entonces aquellos noventa minutos que los expertos dicen que tarda un hombre en pasar del pensamiento a la acción en un suicidio. Tomo entonces Evaristo la tabla y cuando se disponía a subirla al techo, escucho un tremendo y desconocido ruido que venía de la parte alta de la quebrada. Antes que se diera cuenta de lo que estaba pasando, sintió que la cabaña entera era arrastrada por una fuerza formidable, entonces se aferró mas aún a la tabla que iba a servir para su cadalso. Segundos después de la choza no quedaba nada y el se encontraba en medio del terrible huayco y en la oscuridad. El agua y el fango lo arrastraban quebrada abajo cubriéndolo casi totalmente. Solo la tabla a la que se sujetaba con todas sus fuerzas impedía que se ahogara, sin embargo no podía evitar los golpes contra las piedras y escombros que iba encontrando a lo largo de ese increíble recorrido. Evaristo perdió entonces la noción del tiempo y el espacio. Unos cientos de metros mas abajo el torrente encontró una curva en el terreno y sacó despedido al hombre estrellándolo contra unas rocas. Mientras tanto el agua y el fango continuaron deslizándose pendiente abajo en dirección al mar.
Pasaron varias horas y recién con las primeras luces del nuevo día alguien descubrió su cuerpo inerme tendido en el suelo. Era uno de los rescatistas que peinaban la zona buscando víctimas de la impredecible naturaleza. De inmediato pidió ayuda y a los pocos minutos se le daban los primeros auxilios al herido. Se pidió apoyo aéreo y mientras los otros rescatistas continuaban buscando víctimas, el buscó algún documento de identificación en el pantalón del hombre. Encontró el porta documentos de plástico que a pesar de haber estado sometido al agua parecía haber protegido lo que había en su interior. Miró con atención el DNI y comprobó que efectivamente correspondía al yaciente. Entonces la curiosidad se apoderó de él y decidió abrir la carta que se hallaba adjunta, poco a poco sus ojos recorrieron los sentidos párrafos de aquella misiva dirigida a las autoridades, no pudo contener el llanto cuando se identificó con el sufrimiento de aquella buena persona que parecía ser el único sobreviviente de la catástrofe cuando paradójicamente era el único de ellos que deseaba morir. Apenas terminaba de leer la carta cuando sintió el ruido del helicóptero que llevaría a Evaristo al hospital, mientras la doblaba y la guardaba en su bolsillo, el vehículo militar ya estaba en tierra, minutos después un enfermero del ejército, el herido y él emprendían el vuelo.
A mediodía lo ocurrido a Evaristo era noticia nacional. En la televisión hablaban de un valeroso hombre que estaba vivo luego de ser arrastrado varios kilómetros por un huayco que había cobrado muchas víctimas y destruido innumerables viviendas. No eran pocas las empresas e instituciones que ofrecían ayuda a quien gracias a su fortaleza y valor había sido el único sobreviviente de aquella terrible tragedia.
Evaristo abrió los ojos y de inmediato se dio cuenta que estaba sobre la cama de una sala de hospital. Una enfermera notó que se movió y corrió en busca del médico tratante. Este le hizo unas pruebas y esbozó una gran sonrisa pues a pesar de los múltiples traumatismos que tenía, el paciente se encontraba bastante bien. Al irse lo felicitó diciéndole que era un verdadero héroe y que cualquier cosa que necesitara se lo pidiera a la enfermera.
Evaristo recién comprendió la magnitud de lo ocurrido la noche anterior y se sintió orgulloso de lo que le había dicho el doctor, pero entonces recordó la carta que había escrito y preguntó por sus efectos personales, la joven le contó que al llegar solo vestía un blue jean, pero que aparte había un DNI dejado por el rescatista que lo había traído al hospital. Evaristo preocupado por el destino de aquella carta que podría transformarlo de héroe en cobarde en un instante, preguntó a la enfermera si sería posible ponerse en contacto con el rescatista. Ella sonrió y le dijo: por supuesto que si, lleva horas afuera esperando que usted despertara. Al instante lo hizo pasar, este se acercó al paciente sonriendo y cuidadosamente le dio un emotivo abrazo. Sacó entonces su celular y perennizó el abrazo con un preciso selfie. Puso luego en la mano del paciente la bien doblada carta y dijo en voz alta: ”Siempre será usted mi héroe Don Evaristo”.