Retornar al Colegio Militar Leoncio Prado los domingos por la noche nos producía sentimientos encontrados, por un lado algo de tristeza tras despedirnos de nuestros seres queridos y amigos de barrio, y por otro la alegría de compartir con los compañeros de sección los buenos momentos vividos el fin de semana, en especial si ellos incluían cálidos instantes con alguna damita dispuesta a ser la dueña de nuestro corazón adolescente.
Fue así que al volver de la primera salida semanal de noviembre de 1966 escuchamos con atención al cadete huanuqueño Carranza, a quien apodábamos Renato en honor a un conocido catchascanista de la época llamado Renato El Hermoso, famoso por ser muy pintón y tremendo conquistador.
Contó Renato que la linda pecosa miraflorina con la que salía desde unos meses atrás, al fin había aceptado pasar al segundo nivel en la relación amorosa que mantenían y el siguiente sábado por la noche tendrían la gran oportunidad de hacerlo, pues sus padres saldrían de viaje y ella quedaría en casa solo con la vieja mucama de la familia, la que hasta medio sorda ya estaba.
Demás está decir que Renato al día siguiente caminaba como en las nubes soñando despierto con lo que haría el fin de semana. Tan distraído andaba que al cruzarse con el Capitán Mendoza en el patio de aulas, olvidó saludarlo militarmente y este indignado le aplicó la reglamentaria papeleta de castigo por aquella falta.
Mendoza era un oficial que estaba aparentemente resentido por todo y con todos, había llegado un mes atrás procedente del cuartel Real Felipe y su cambio extemporáneo fue para cubrir el puesto de otro capitán que había viajado a realizar un curso en el ejercito de un país amigo. Mendoza sentía que aquel cambio no era beneficioso para su carrera y no ocultaba su malestar, por lo que se había ganado el sobrenombre de "Capitán Vinagrío".
Nunca olvidé la cara de tristeza de Renato al llegar a la cuadra y contarnos el incidente con el capitán, sabía que recibiría el máximo castigo establecido y de seguro se quedaría sin salir a la calle sábado y domingo. En ese álgido momento intervino el cholo Atilio, quien era paisano y primo de Renato, de buena facha también y muy parecido a su pariente aunque le llamaban cholo por el singular y marcado dejo huanuqueño que tenía. "No te preocupes primo, escápate nomás que yo te cubro", dijo Atilio. Y no mentía pues a diferencia del resto de nosotros, el permanecía en el Leoncio Prado a manera de castigo, no tenía a donde ir los fines de semana, siempre se quedaba como voluntario y era como parte del mobiliario del colegio. Se decía que estaba pagando el pecado de haber embarazado a la joven hija de un amigo de su padre. El padre de Atilio era un hombre importante en su tierra, correligionario y amigo personal del presidente Belaunde, siendo además propulsor de la carretera marginal de la selva, uno de los principales proyectos del gobierno. Razones válidas para que el Coronel Director aceptara la solicitud del progenitor para que por ningún motivo se le diera de baja al hijo.
A diferencia de su primo, Renato siempre quiso ser leonciopradino, lucía orgulloso el uniforme y hasta ese momento no le había pasado por la cabeza la idea de que podría ser expulsado si se escapaba del colegio. Sin embargo quedaban varios días para tomar una decisión y tal como decía mi abuelo, cuatro pelos de mujer pueden jalar con mas fuerza que una buena yunta de bueyes.
Quienes no teníamos las preocupaciones del joven galán pensábamos mas bien en lo interesante que iba a ser la observación del eclipse total de sol que debía ocurrir esa semana, exactamente en la mañana del sábado 12 de noviembre de 1966 y que sería visible desde Lima hasta Buenos Aires. Gran acontecimiento astronómico que había provocado el interés de la comunidad científica internacional y tan trascendental que luego de 58 años el Papa Francisco lo recordó muy bien durante una entrevista que le hicieron el día del último eclipse total visto en el norte de América.
Por mi parte no perdí la oportunidad de prepararme para observar el eclipse con seguridad. Debido a mi participación en el club del taller de carpintería conocía a un mecánico que laboraba en el taller vecino y con la ayuda de él encontré entre los deshechos, un vidrio oscuro para soldadura medio roto pero que cumpliría muy bien la función necesitada.
Llegado el sábado, el toque de diana nos encontró a casi todos despiertos a esa hora. Esperábamos poder ver el eclipse en su totalidad así que el tendido de camas, la limpieza de pisos y el aseo personal los realizamos a la mayor velocidad posible.
A las 06.50 horas estuvimos formados frente al pabellón central y unos minutos después el Capitán Mendoza que estaba de servicio dio inicio a la lista matutina intercambiando con el batallón el saludo tradicional: Colegio Militar buenos días… buenos días… Subordinación y valor… Viva el Perú… Atención a la lista… Atención…
A continuación y de acuerdo al reglamento los brigadieres entregaron a los monitores y estos a su vez a los oficiales, los partes con el número de efectivos y ocurrencias de las últimas 12 horas.
En esos momentos creo que los mas de mil doscientos cadetes presentes deseábamos que el oficial al mando dijera algo referente al trascendental fenómeno astronómico que estaba por ocurrir, ordenara romper filas y nos permitiera disfrutar algo del tan esperado evento y digo algo porque el cielo del Callao estaba un tanto nublado aquella mañana.
Contra todo pronóstico y en lugar de cumplir nuestros deseos, ordenó al Suboficial mas antiguo que leyera una larga e inusual sabatina orden del día. Ni bien se había iniciado la lectura de la misma cuando nuestro satélite comenzó a cubrir al astro rey y el cielo empezó a oscurecerse.
Sujeté con rabia el vidrio oscuro medio roto que llevaba en la mano, aún con el riesgo de cortarme pues sabía que el próximo eclipse total que se vería desde el Perú sería dentro de casi un siglo y yo me estaba perdiendo el que estaba ocurriendo.
Instantes después el Suboficial Castillo ya no alcanzaba a leer la orden del día pues la oscuridad era casi total. Entonces quedó en silencio. Ahora solo se podía escuchar a las aves volviendo a sus nidos en las chacras vecinas al Colegio Militar, confundidas al creer que estaban viviendo el día mas corto de sus vidas.
Durante mas de un minuto estuvimos impasibles, bien cuadrados y con la mirada al frente. Transcurrido un tiempo mas Castillo retomó la lectura de la orden y unos párrafos después había terminado con ella a la vez que la luna dejaba de cubrir al sol.
Un sabor amargo me dejó lo acontecido y creo que también a todos los presentes. Solo Mendoza pareció disfrutar del momento, ordenó al Teniente Romero que tomara el mando y se dirigió al comedor de oficiales llevando encima una gran sonrisa de satisfacción. Miré entonces a mis compañeros, ellos también sonrieron al observar un espacio vacío en la columna central de la sección, espacio que fue cubierto de inmediato por el cadete que estaba detrás y este a su vez por otro mas.
Renato había desaparecido. En los setentaiún segundos que había durado el eclipse y prácticamente en las narices del "Capitán Vinagrío", nuestro compañero abandonó la formación, atravesó a la carrera el jardín central, llegó al muro contiguo al "Malacate" y después de un intento fallido, alcanzó la vereda de la avenida La Paz rumbo al encuentro con su amada.
El domingo al volver al colegio encontramos a Renato charlando con su primo Atilio. Había saltado el muro antes de la hora oficial de ingreso para no ser visto. Lo bombardeamos con preguntas pero él como buen caballero cadete no quiso brindar detalles. Sin embargo el brillo en sus ojos y aquella sonrisa de oreja a oreja nos hicieron saber que gracias al eclipse, él y la pecosa habían disfrutado en grande de su primera noche juntos.