Juan sostenía un vaso de whisky en la barra del club aquel, mezclando sus recuerdos con la música que le llegaba del piso superior. Había dejado ahí a los compañeros de los años transcurridos en el colegio militar. Bodas de plata, veinticinco años que habían pasado como volando. No se sentía bien. Había bajado al bar hastiado de las preguntas que le hicieron.
-Hola Juan ¿Como está Eva? ¿Que tal los chicos?- había preguntado la mujer de Carlos.
-Juancito...a los tiempos ¿Eva no ha venido?- inquirió otra de las damas.
-Uno de los chicos enfermo y ella no pudo acompañarme- tuvo que mentir.
Dolía tratar de disimular, cuando todos sabían ya de su separación y que hacía buen tiempo el estaba viviendo con sus padres.
Estar abajo tampoco fue mejor, viajó en el tiempo y se vio otra vez vestido de uniforme azul, como si hubiera sido ayer. Recordó aquel sábado que encontró a Katty, su enamorada, conversando amenamente con un joven de anteojos algo mayor, el cual cortésmente se retiró después de haber sido presentado. Ante la cara de indignación que había puesto Juan rostro, ella le increpó el mes que el había desaparecido de su vida. No creyó en las explicaciones, en las tres papeletas de castigo que le habían aplicado y las cartitas que nunca llegaron. La joven había decidido terminar con él y ya no quiso dar su brazo a torcer.
Juan maldecía a "Bigote", aquel teniente que lo sorprendió imitándolo, con un postizo sobre el labio, cortesía de un miembro del club de teatro. Tres fines de semana sin salir le clavó el oficial, cada cual mas frío y mas triste. Ellos sellaron su suerte con la dulce chiquilla del barrio, a la que besó por vez primera a los doce y con quien juraron andar juntos hasta que la muerte los separara.
Años después supo que Katty se había casado con el tipo de la tarde aquella, también de su sufrida vida y hasta de los pormenores de la separación total.
Apuró el vaso y decidió subir a despedirse. Se sentía mareado y con el Colegio Militar Leoncio Prado, ya había tenido más que suficiente.
Zafándose a duras penas de los brazos de los amigos que insistían en no dejarlo ir, apuradamente bajó y ganó la calle.
Detuvo un taxi y se acomodó en el asiento posterior. Estaba bastante lejos de casa y mas bebido que cansado al poco rato se durmió.
Una luz roja hizo detener bruscamente el taxi. Juan despertó mirando inquieto a los dos lados. Una mujer lucía su buena estampa en la esquina. Al cambiar la luz y pasar junto a ella, la miró fijamente. De inmediato y movido por un súbito impulso, le ordeno al taxista detenerse.
-Por favor señor, no puedo parar al inicio de cuadra- respondió aquel.
-Tome este billete y quédese con el cambio, pero deténgase de una vez- insistió Juan.
De un salto bajó del coche y raudamente emprendió el retorno, reconociendo el lugar donde se encontraba. Cerca ya y al ver que la mujer no se había movido, detuvo el paso, sacó un pañuelo y secó el sudor que le cubría el rostro. Se pasó la mano por el cabello y lentamente cruzó la calle, hasta llegar a su lado.
Irguiéndose un poco y ensayando su mejor sonrisa le dijo:
-Hola Katty...¿Me recuerdas?
-¿Juan?...¿Eres Juan, o me equivoco?- respondió la mujer.
-Si, el mismo, tantos años ¿No?
-Bastante tiempo, si- dijo ella.
-Y tanto de que hablar...conozco un buen sitio por acá ¿Me acompañas?
-Por supuesto, vamos.
La música era algo fuerte y no dejaba conversar bien. Juan prefirió dejar para después lo que siempre había deseado decir a Katty si algún día volvía a verla. Decidieron bailar y así lo hicieron.
Los temas del ayer de aquel rincón de los recuerdos, era justo lo que necesitaba en aquel momento. La abrazo suavemente y besándola con ternura se remontó a aquellos lejanos tiempos de los años juveniles, mientras fuertemente unidos flotaban por entre las demás parejas.
Una ligera sonrisa tenía Juan. Una hora atrás rumiaba su soledad y la mala suerte de los últimos meses. Había culpado al colegio militar por el amor juvenil perdido. Ya no pensaba así, la probabilidad de encontrar a Katty justo aquella noche era infinitesimal. Grande CMLP, si no hubiera asistido a la fiesta no la tendría ahora a su lado, cuando más la necesitaba.
Poco duraron los instantes dulces, que dejaron paso a la excitación y el deseo. A pesar del alcohol que nublaba un tanto sus sentidos, Juan entendió que ya no podían seguir ahí. Pagó la cuenta y abrazándola fuertemente la condujo a la salida.
En el taxi, sufrió metro a metro la lentitud del viejo conductor. Aquel no sabía del larguísimo tiempo que el había ansiado tener un momento así. El renacer del amor con la mujer de sus sueños, una segunda noche de bodas, el inicio de una luna de miel que a diferencia de la anterior, juraba que no terminaría jamás.
Ya en el hotel, pidió la mejor habitación que había y el mejor vino que encontraron.
Envuelto en su bruma mental, Juanito perdió la noción del espacio y tiempo, en el borde del conocimiento se entregó al placer carnal, felizmente bien seguido en ello, por la guapa mujer
que íntimamente habíase unido a el. Al cabo de un tiempo, el deseo y el éxtasis dieron paso al silencio, unido a la oscuridad de aquella noche especial.
La luz del amanecer se filtró por las cortinas. Juan despertó pesadamente, tenía un ligero dolor de cabeza, buscó en la mesita del costado pero solo encontró la botella de vino casi vacía y nada para satisfacer la inmensa sed que sentía.
Tambaleándose se levantó, fue directo al baño y metiendo casi toda la cabeza en el lavatorio, bebió toda el agua que le cupo en el vientre.
Mas calmado y lentamente retornó a la habitación. La luz habíase hecho más intensa. Recorrió con la mirada, la silueta perfecta de su compañera, que el trasluz de las sabanas destacaba. Entonces un estremecimiento sacudió su cuerpo, recordó la última vez que había visto a Katty, cuando fue de visita al viejo barrio. Si bien, no tuvo el valor de acercarse suficiente, pudo darse cuenta que seguía siendo casi la misma chica delgada de siempre. Y claro que sí, pues nunca había perdido el interés en ella. Definitivamente, aquel cuerpo que ahora veía no era el suyo.
La cabeza dejó de dolerle, trató de recordar bien lo acontecido en la noche. Sabía que esta mujer lo había llamado por su nombre, pero no se explicaba como así. No tardó en descubrir que en el saco que colgaba en la pared, estaba la etiqueta iridiscente con su nombre, que le pusieran al ingresar a la fiesta. Entonces comprendió casi todo lo ocurrido.
Se encogió de hombros, ya estaba seguro que no era Katty la que plácidamente dormía a un par de metros de él. De todas maneras se alegraba, pensaba que la forma inusitada en que había terminado aquel casual encuentro, demostraba que no había perdido el toque de conquistador que alguna vez tuviera, al fin y al cabo, aquella mujer como quiera que se llamara, era atractiva y excelente en la cama, no debía perderla pues podría ser la pareja que le faltaba. De inmediato y queriendo ganar algunos puntos, se acercó al lecho y acariciándole suavemente el cabello, poco a poco la despertó y le dijo:
-Buenos días mi amor ¿Dormiste bien?
-Si cariño, como un bebe- respondió ella.
-Dime sinceramente ¿La pasaste bien anoche?
-Por supuesto, eres lindo y un amor de gente.
-Me alegro, pues me encantaría volver a salir contigo.
-Claro corazón, cuando tú quieras- contestó, haciendo suspirar a Juan.
-Nena, tengo hambre ¿Que deseas que pida para ti?
-Mmmm...por favor un café y un sándwich de lo que tu gustes.
-OK mi amor ¿Alguna otra cosa?
-Si, no te olvides de los cien soles más, que me prometiste por quedarme toda la noche.
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