Corrían los años setenta y una tarde de verano apareció por mi casa mi buen amigo Jorge Bellido montado en una bicicleta de ruta, blanca de 5 velocidades. De inmediato se la pedí prestada, le di un par de vueltas a la manzana y volví decidido a comprar una igual apenas se pudiera. Una semana después Jorge me acompañó a una de las tiendas Sears de donde salimos con una flamante bicicleta Mister color dorado. Al día siguiente enrumbamos a la Costa Verde para realizar nuestro primer entrenamiento. Estuvo fuerte la cosa y con las justas subimos la cuesta del Regatas. De regreso, a la mitad de la subida de San Isidro tiramos la toalla y a duras penas llegamos a la Av. del Ejército empujando las bicis. Luego de varias semanas entrenando mejoramos nuestro rendimiento, hacíamos recorridos diarios de 20 a 30 Km., tanto en terreno plano como en las pendientes; entonces nos ensoberbecimos y pensamos que ya estábamos listos para largas distancias, así que planeamos un viajecito desde el barrio hasta Ancón, de ida y vuelta con un recorrido total de 84 Km.
Pasamos varios días buscando compañeros para la aventura pero ninguno de los amigos se apuntó. Entonces recordé que Rubén Adrianzen, uno de los chicos del barrio, tenía una bici sport en la que tiempo atrás lo había visto pedalear con frecuencia. Fuimos a invitarlo, pero al conocer el asunto puso cara de tristeza y nos dijo que su JC Higgins estaba a punto de ser dada de baja. Le pedimos verla pues éramos capaces de poder hacer andar cualquier fierro viejo. En un par de días la bicicleta quedó expedita, aunque no sabíamos si el dueño también lo estaría. Hacia buen tiempo que el no pedaleaba y solo le quedaban pocos días para entrenar pero aseguró que de todas maneras seria de la partida a las 8 am. del día fijado.
Llegó el sábado y por enésima vez comprobamos la presión de aíre de las llantas, el ajuste de las tuercas y el aceite en los ejes. Verificamos el agua, frutas y golosinas,. también herramientas, inflador, parches y pegamento. Un rato despues estábamos listos para partir. El día empezó nublado y esperábamos que siguiera así, era excelente para una jornada larga en bicicleta. Salimos a la Av. Colonial y rápidamente hicimos las veinte cuadras que había hasta la Plaza Dos de Mayo, luego enfilamos hacia el trébol del Puente del Ejército, bajamos a la Av. Zarumilla y nos pusimos rumbo al norte. La meta seguía siendo Ancón pero dar la vuelta antes dependería del estado físico de Rubén especialmente. En poco mas de una hora llegamos a Puente Piedra, es decir habíamos hecho los primeros 23 kilómetros de los 84 que pensábamos recorrer. Nos miramos y los tres hicimos un gesto positivo, no había mas que decir, seguiríamos adelante. Veinte minutos después pasamos Zapallal y nos lanzamos hacia Piedras Gordas. A 60 km por hora en esa larguísima bajada tuve un preocupante pensamiento: ¿Podríamos subir esa cuesta cuando estemos de regreso y con las energías menguadas? Opté mejor por olvidarme del asunto y a las 10:30 de la mañana estábamos recorriendo el malecón de Ancón felices y contentos.
Milagrosamente el astro rey se había mantenido oculto por las nubes, no habíamos tenido desperfectos o pinchaduras, habíamos recorrido 42 km. y seguíamos frescos como lechugas. Era entonces el momento del regreso a casa. De repente a Jorge se le ocurrió decir que era muy temprano, que no habíamos gastado muchas energías, que conocía una linda playita a la que se llegaba por la subida del serpentín de Pasamayo y que hasta una toalla llevaba en su morral. Tanto insistió Jorge que le hicimos caso y nos dirigimos al peaje del serpentín. Rubén que en ese momento iba adelante no se percató que por el lado derecho del peaje había un pase libre y raudamente pasó por el sendero de los vehículos pesados activando el sensor registrador. El encargado pegó un grito y el policía custodio tocó el silbato mientras Rubén seguía rodando sin darse por enterado. Por supuesto que a Jorge y a mi nos detuvieron y solo nos dejaron ir luego de pagar el peaje de un camión de dos ejes. Celebrando la ocurrencia de Rubén iniciamos la subida a Pasamayo, de rato en rato Jorge miraba hacia el barranco pero la bendita playita nunca apareció. Sin mucho esfuerzo terminamos de subir y entramos a la parte plana del serpentín. Había pasado muchas veces por ahí en bus o en auto, pero hacerlo en bicicleta era realmente incomparable. Nos detuvimos varias veces para admirar el paisaje y en vez de querer volver seguimos hacia adelante.
Era casi mediodía y el sol empezó a hacerse sentir. Avistamos el verdor de Chacra y Mar, y pronto comenzó la bajada, luego de unos cuantos minutos culminamos los 22 km del célebre serpentín. Llevábamos pedaleando 4 horas y habíamos recorrido en total cerca de 70 km, el agua y la comida se habían terminado, necesitábamos alimentarnos y el lugar mas cercano era Chancay. Veinte minutos más tarde llegamos a su Plaza de Armas y entramos a un restaurante con todo nuestro equipo. Mientras almorzábamos empezó a preocuparnos el regreso, sentíamos ya el cansancio y también la insolación. Apuramos los alimentos y haciendo de tripas corazón emprendimos los 76 km que nos faltaba recorrer. Salvo la lentitud que ahora llevábamos no hubo otro problema para llegar al inicio de la subida del serpentín. Vi la pendiente y adiviné que Rubén no la subiría fácilmente. La solución estaría en sujetarnos de un camión que viniera a baja velocidad y llegar con él por lo menos a la parte plana. Luego de dejar pasar a varios camiones apareció uno algo desvencijado y a poca velocidad, aceleramos poniendo a Rubén delante pensando que iba a sujetarse del camión pero no lo logró, con tristeza vimos alejarse al viejo vehículo.
Continuamos subiendo a ritmo de tortuga hasta llegar al plano. Casi dos horas después recién llegamos al peaje y esta vez Rubén se cuidó de no volver a registrar su paso por él. Alrededor de las 3 pm. pasamos por el control de Piedras Gordas, mirando con temor la tremenda subida que nos quedaba. A lo macho Rubén empezó a chancar los pedales logrando llegar hasta la mitad de la cuesta, luego se trancó. De inmediato Jorge logró hacerlo avanzar empujándolo por la espalda, luego hice yo lo mismo y así alternándonos logramos hacerlo coronar la subida. Poco después Rubén vio el paradero del Hogar de Niñas de Nuestra Señora de la Misericordia, aceleró el paso, llegó a él, tiró la bicicleta, se echó en la amplia banca de cemento que había ahí, cerró los ojos y minutos después se quedó dormido. Aprovechamos nosotros para descansar un poquito pero luego nos preocupamos y tratamos de despertar a nuestro amigo a como diera lugar. Estábamos en ello cuando se detuvo un patrullero con dos policías que vieron la singular situación. Le pedimos un aventón y accedieron a llevar a Rubén y su bici hasta el límite de la jurisdicción, es decir hasta Shangri-La. En eso alguien pasó llevando baldes con agua en un triciclo, le pedimos un poco y de un buen remojón despertamos totalmente al durmiente. Despabilado ya nuestro compañero de aventura, se dispuso a sacar la rueda delantera para poder meter su bicicleta en la maletera de la patrulla, entonces sonó un mensaje en la radio del auto, se les requería para realizar una intervención policial. Los policías se disculparon y partieron veloces dejándonos aún a 30 km de casa y con las energías casi en cero.
Era ya casi las 4 pm. y reiniciamos la marcha a duras penas. Con gran esfuerzo más de una hora después llegamos a Sol de Oro, cometiendo luego un error que nos costaría 2 km de subida adicionales, al tomar la ruta del aeropuerto en lugar de volver por donde habíamos venido en la mañana; sin embargo con la gracia de Dios, diez horas después de haber salido y luego de haber recorrido 154 km llegamos por fin a casa. Al día siguiente por la noche pasé a buscar a Jorge para ir a ver a Rubén pues cuando nos habíamos despedido se le veía bastante mal. Nos atendió su madre, que nos dijo que seguía durmiendo, que solo había despertado un par de veces para tomar agua y comer un poco. El lunes por la tarde volvimos a casa del flaco, ya había despertado y su madre nos hizo subir a su habitación. La verdad era que queríamos disculparnos por haberlo hecho ir tan lejos sin buen entrenamiento previo. Nos sorprendió que nos recibiera sonriente a pesar que la insolación lo había dejado como un camarón y las cuestas con un dolor de piernas terrible. De inmediato nos dijo "me llamaron los Navarro, se han enterado de nuestro tour y nos invitan a su fundo de San Bartolomé este fin de semana". Lo miramos extrañados, luego nos preguntó "¿Creen ustedes que podemos llegar?" Los tres conociamos el sitio, estaba a 70 km de casa, era pura subida hasta 1,600 m.s.n.m., con un tramo final del 20% de pendiente. Largamos a reír. No cabía duda alguna, había surgido otro loco adicto a las bielas y los pedales.
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