Jose Hinojosa Bisso
  LA ULTIMA NOCHE
 

LA ULTIMA NOCHE

 
Esa mañana habíamos rendido el último examen del año 64, en ese momento, no lo sabíamos, pero al día siguiente nos iríamos a casa y solo retornaríamos una semana después para la clausura. La tarde transcurrió normalmente para los de tercero, algunos de nosotros descansando en las cuadras, otros haciendo deporte.
 
Para la cena, ya era noticia confirmada que aquella sería la última noche del año, que pasaríamos en el Colegio Militar. Supimos entonces que no sería una noche cualquiera, sería la de las venganzas. Saliendo apenas del comedor ya se veían las primeras broncas, los de cuarto iniciaron los ajustes de cuentas a los “ex alumnos” pues así llamaban ya a los de la XIX Promoción.

Pronto muchos de tercero se contagiaron también del espíritu vengador. Desde el balcón del pabellón de cuadras pudimos ver como guapearon a los monitores que se atrevieron a ingresar en aquellos momentos. Pocos salieron ilesos de aquel trance. Años después bromeando con mi pata Hugo Galdos le recordé aquel pasaje histórico, pero no quiso reconocer que se sobó con disimulo y que llegó a tener los apéndices de corbata.
 
De pronto, pasaron a nuestro lado tres cadetes de cuarto año e ingresaron a nuestra cuadra. Hicimos lo mismo entonces preocupados de lo que pasaría. Tenían los rostros sedientos de sangre. ¿Donde esta el chato Pastor, para sacarle la mierda? Preguntaron a una sola voz.
De hecho solo afirmamos que brillaba por su ausencia. Decepcionados por no haberlo encontrado y reconociendo el diferente color de colcha de la cama, se dirigieron al ropero mas cercano a ella, lo inclinaron hacia adelante y lo estrellaron contra el piso. Inmediatamente después salieron a buscar otra victima.
 
Paul Alonso, quien estaba en el baño en ese momento, con gran pesar vio al retornar, que el desvencijado ropero en el suelo era el suyo. Sucedió que el ropero del monitor estaba al lado de los pies de la cama y la puerta lo había ocultado parcialmente. Ayudamos a Paul a levantar su gabinete y cuando el abrió la puerta cayeron al suelo todos sus trastes. Sacudiendo la cabeza, nuestro finado hermano empezó a recoger y ordenar una por una todas sus chivas.
 
¡Atención! Gritó uno de los nuestros. Carlos Pastor Vega atravesó el umbral de la cuadra y al ver incorporarse a Alonso del suelo, de inmediato preguntó que es lo que pasó. Paul escuetamente le dijo que tres "chivos" habían ingresado y habían tirado el ropero al piso. ¿A que hora sucedió eso? Repreguntó. Paul le respondió: hace como un cuarto hora mi técnico.

Pastor fiel al reglamento, se irguió cuan largo era e ignorando la pateadura de la cual se había salvado de milagro, ordenó: ¡Diecinueve planchas, por no tener bien ordenado su ropero!
 
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