Jose Hinojosa Bisso
  LA LANCEADA
 

LA LANCEADA

 
Estábamos a punto de iniciar el quinto año en el CMLP y mi padre tuvo a bien recomendarme a un perrito, hijo de uno de sus mejores amigos. Por supuesto que le prometí que haría todo lo posible para que las difíciles primeras semanas fueran aceptables para el susodicho. Sabía todo acerca de él, menos en que sección se encontraba.

Distraído por otros asuntos, medio que descuidé el encargo paterno y es así que pasaron varios días y no lo ubiqué. Resultó que a la segunda semana de habernos internado, un grupo de los mas "tranquilitos" de la novena ya disfrutábamos del son "...sábado y domingo en el Colegio Militar..."

Terminada la cena del domingo, todos los castigados de nuestro año esperábamos compartir algunos de los deliciosos presentes que habían llevado sus familiares a los cadetes de tercero. Está en el recuerdo de todo leonciopradino... conservas de durazno, manzanas de California, melocotones, pasas, galletas, chocolates y de repente por ahí unos cigarrillos llevados por la hermana mayor o la enamorada.

Llegó la hora cero alrededor de las 20.30, cuando los oficiales y sub-oficiales de servicio, descansaban un rato en sus dormitorios, nuestros hermanos monitores no se encontraban y los perritos estaban totalmente indemnes.
Es así como tomamos un par de maletines vacíos y nos dirigimos a las cuadras de tercero. En las primeras que entramos ya había otros compañeros que se nos habían adelantado, así que nos fuimos al piso superior.

¡Atención!... grito un perrito y de inmediato supimos que éramos los primeros en llegar. Con toda la “delicadeza” posible pedimos a los cadetes que deseaban colaborar con el postre que nos faltaba, a dar un paso al frente y compartir. De hecho que la mayoría lo hizo. Mientras llenábamos los maletines con los "aportes voluntarios" me percaté que el más impaciente de los nuestros había cuadrado a uno que no había dado el casi obligatorio paso al frente. Le pidió abrir el ropero y ¡Oh sorpresa!, este estaba mas surtido que la bodega de mi barrio.

¡Mentiroso eres!...le dijo, ¡No sabes que el decálogo del cadete te obliga a decir la verdad aunque te cueste el pescuezo! De inmediato le hizo sentir las "caricias" acostumbradas para los perritos mentirosos. Luego mientras probaba algunos de los deliciosos regalos que le habían llevado, le pregunto: ¿Como te llamas, carajo?

El pobre perro adolorido, a duras penas pronunció su nombre y apellido. Me quedé frío al escucharlos y de inmediato, escondiendo el gafete que nos identificaba y con la cristina casi cubriéndome los ojos, les grité a todos: ¡Vámonos, ya tenemos suficiente! Puñales, mas de quinientos perros y habíamos tenido que chocar con el recomendado de mi viejo.

Por suerte, era jefe de una mesa de cuarto año y al menos en el comedor andaba lejos de los de tercero. Recuerdo que al llegar a casa el sábado siguiente, mi padre me pregunto como andaba el hijo de su pata. Bien papá, le dije (Bien gomeado debí decirle). La verdad es que recordaba que en mis tiempos de perro casi nunca tuve que esconderme de alguno de quinto que se me hubiera prendido, pero sabiendo como reaccionarían mi viejo y su amigo, imagínense como me fregaba que estando en quinto tuviera que esconderme de un perro.
 
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