En nuestros días en el CMLP, faltarle el respeto a un profesor era algo muy grave. Del saque, 20 puntos menos en conducta, un par de semanas consignado y si eras "piña", hasta te podías despedir del colegio.
Aún recuerdo que las carpetas estaban numeradas y su distribución en las aulas era por orden alfabético. No se, si ocurrió en todas las secciones, pero en la nuestra, el finado Coronel Miguel "Cicuta" Ramírez (en ese entonces, Teniente a cargo de la 3ra. Compañía), durante la primera semana de clases de nuestro último año escolar, se preocupó de que todos los profesores tuvieran a la mano, el plano de ubicación de cada uno de nosotros en el aula.
Al igual que en cualquier otra institución educativa, había varios profesores "buena gente" que no se hacían problemas con las palomilladas propias de la adolescencia. Pero también había algunos "bravos" como Hermann Busse de la Guerra u Hólger Miranda Arteta, que a la primera de bastos, te sacaban a la pizarra y no paraban hasta darte un revolcón de padre y señor mío. Esto, si estabas con suerte, pues no les temblaba la mano para "pasar un parte" al oficial de servicio.
El ingeniero químico Carlos Aldana Camacho, pionero en nuestro país de la recién nacida corriente ecologista, en tiempos en que la palabra ecología era desconocida para muchos y sonaba a grosería para los que sí la conocían, pero no les convenía, nos concedió el gran honor de ser sus únicos alumnos en el colegio militar. Brillante profesor de química orgánica -enseñaba solo por el gusto de hacerlo- nos hizo reconciliarnos con esta ciencia, después de habernos peleado con la inorgánica en cuarto año.
Sin embargo, Don Carlos era mas serio que el Señor de Sipán. Cada clase suya era tan solemne como una misa de difuntos. Aparte, tenía oído de tísico y si mientras trazaba en la pizarra alguno de sus jeroglíficos, oía el menor ruido a sus espaldas -sin los GPS de ahora- establecía las coordenadas del origen de este, daba un vistazo a su planito y llamaba a prueba oral a los mas cercanos a la fuente del sonido.
Una tarde de Octubre, luego del consabido almuerzo a base de los clásicos frejoles leonciopradinos, observábamos atentamente como Aldana escribía la ecuación química para la obtención de la nitroglicerina, el silencio era sepulcral y solo se oía el suave roce de la tiza contra el pizarrón. Entonces, a unos metros de mi ubicación, alguien hizo crujir su carpeta al cambiar de posición.
De pronto, se oyó el mas sonoro pedo de aula, de nuestra vida estudiantil. El ruido fue tal, que nuestro ilustre profesor perdió el sentido de la distancia, dudo en voltear y solo meneó ligeramente la cabeza. Científico al fin, no quiso entrar en adivinanzas y continuó la clase como si nada hubiera pasado. Mientras que nosotros dirigíamos la mirada a donde se encontraban los que apellidaban con M, no por el tremendo olor a M en el ambiente, sino porque ahí había un solo individuo capaz de haberlo soltado.
Ni bien Aldana salió del aula al terminar la clase, nos lanzamos sobre "El Chueco" para darle el apanado de su vida, pues pudo haber fregado a toda la sección. Acogotado por varios, "El Chueco" pidió hablar en su defensa y se lo permitimos. Textual y conchudamente dijo: "No soy hipócrita como aquellos que se esconden en el anonimato y sueltan puro silenciosos, perdónenme, pero los suelto sonoros, porque soy franco y honesto hasta por el cul..."
La risa fue general y por supuesto que lo perdonamos.
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