Jose Hinojosa Bisso
  VARGAS LLOSA Y EL PIÑA FELIX
 

VARGAS LLOSA Y EL PIÑA FELIX

 
Era una noche de domingo en la cuadra grande de la Undécima de tercero. Mientras nos quitábamos el uniforme de salida, hizo su aparición Gerardo Félix, quien con una gran sonrisa anunció que ya había conseguido el esperado libro. Luego susurrando, para los más cercanos, confirmó lo que había prometido el día anterior. Teníamos en la mano un ejemplar de lujo del único libro prohibido en el Colegio Militar Leoncio Prado, la ya premiada novela "La ciudad y los perros" del entonces joven escritor Mario Vargas Llosa. Cuando hacíamos planes para leerla sin ser descubiertos, nos sorprendió el toque de silencio y algo frustrados nos fuimos a dormir.
 
Ese lunes fue el día mas largo del año. Ni una sola hora libre como para poder terminar el prólogo siquiera. Pero aquella noche durante las horas de estudio obligatorio, nos remontamos catorce años en el tiempo y pudimos ver, cual cadete-imaginaria con mucho sueño, caminar entre nosotros al Poeta, al Esclavo, al Jaguar y otros personajes más. Apasionante desde el principio, la furtiva lectura de la novela ocupó cada momento libre que pudimos tener.
 
Walter Marzullo era monitor de la Segunda Compañía y había sido destinado a dormir en nuestra cuadra, el negro no se chupaba el dedo y con el rabo del ojo observaba con disimulo a aquel grupito de "estudiosos" tan formalitos, en el momento menos esperado, nos sorprendió y requisó el dichoso librito. Temblamos, pues pensamos que daría parte de inmediato a sus superiores de nuestro pecado mortal. Nada tonto él, también le picaban las ganas de leerla, así que se hizo el loco y lo guardó en la parte superior de su ropero, el cual para un monitor que se tenía respeto, no usaba ni candado.
 
"Félix que piña eres", fue la frase que de inmediato se acuñó para nuestro querido hermano. La verdad es que fuimos "piñas" todos, pues nos habíamos quedado en la tercera parte de la ahora mundialmente famosa novela de Don Mario. Pasaron los días y la desilusión aumentó al ver a Marzullo leer con atención la misma. Recuerdo que era costosa y por estar basada en vivencias de nuestra alma mater era impensable pedir a la familia que la comprara, solo nos quedaba esperar y esperar.
 
Gerardo me sacudió la cabeza y me sacó de mi apacible sueño, los canjes estaban a la orden del día y me tocaba relevarlo para hacer el tercer turno de imaginaria. Renegando aún, me vestí el uniforme caqui y cuando estaba listo, el "Piña" me dijo al oído: Pon buena cara Pepe, no te vas a aburrir pues le saque el libro al negro, se lo pasas a Carlitos Lapel cuando te releve, pero que no se olvide de retornarlo a su sitio.
 
Era hora de clase de Historia del Perú, no era un día normal, pues un tercio de la sección había ido a desfilar en el Aniversario del Callao. El profesor Di Tolla, en vistas de las ausencias, no hizo clase y decidió que solo nos dedicáramos a estudiar. Entonces, Lapel nos dio la gran sorpresa, al sacar del maletín la ya bien hojeada novela de esta historia. Félix puso el grito en el cielo pues no sabía que la diana había sorprendido a Carlos y no había podido regresar el libro al ropero de Marzullo. Haciendo de tripas corazón dijo: Que diablos, por lo menos nos daremos el gusto de leerla ahora. Y así lo hicimos.
 
Ya casi terminaba la hora, cuando DiTolla descubrió que los veintiunicos habían inventado la técnica del estudio grupal, maravilla escolar aún desconocida en esos tiempos. Agil para sus años, dio unos cuantos pasos y de un zarpazo se hizo del ya condenado libro. Es difícil relatar la cara de rabia que puso el gran maestro, se decía que era mencionado de relancina en la novela y por ende era su enemigo mortal. De inmediato hizo el parte respectivo y gracias a que tenía urgencia en salir del colegio, el ejemplar solo llegó hasta el Auxiliar de aulas felizmente. Apenas desapareció el profesor, nos pusimos de rodillas ante el Auxiliar para que no diera trámite al expediente, ante tanto ruego y con la promesa de un incentivo que nunca hicimos efectivo, decidió que la gran obra de Don Mario estaría mucho más segura en su casa, que en el Colegio Militar.   
 
Ratificada la chapa de “Piña” de nuestro compañero, pronto llegó la noche y la desaparición del libro fue notada de inmediato por Marzullo. La llamada a Gerardo no se hizo esperar y tal como correspondía, Carlos y yo fuimos con él. La ira del negro era tremenda, estaba picón por que no había terminado la novela y se desquitó con 200 ejercicios que a duras penas terminamos. Aparte nos amenazó con repetir la gimnasia cada noche por el resto del año. Por supuesto que en los días siguientes inventamos mil maneras de cabrearnos hasta que se durmiera y nació en nosotros una bronca visceral hacia el ahora general del ejercito, que solo se nos borró unos años despues.
 
Poco después llegó Carlos Pastor Vega a reemplazarlo. A pesar que era recontra reglamentario, quien fuera ganador del premio al cadete con mas porte militar de la XIX Promoción, no era nuestro superior directo, tenía muy buena chispa, hasta una chapa me colgó y se llevó muy bien con nosotros hasta el fin del 64. Cabe recordar que en aquel año y que yo se sepa, en ninguno, se quemó libros en el CMLP como dicen las malas lenguas.
 
Han pasado cuarenta y seis años. Que nos íbamos a imaginar entonces, que el autor del libro que tanto problema nos dio leerlo, sería laureado con el Premio Nobel 2010. Ahora que celebramos como peruanos, el merecido reconocimiento al escritor, una vez más vino a mi recuerdo "La ciudad y los perros" de Vargas Llosa y los inolvidables momentos al lado de mi querido hermano Gerardo "Piña" Félix Gonzales, tremendo veintiúnico, poeta y autor del vals "Nostalgia Leonciopradina".
 
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